jueves, 7 de marzo de 2013

Le Brugeoise

La memoria suele venir perfumada muy a menudo.
Las mañanas de febrero en el oeste tenían olor a cansancio feliz. A veces tengo miedo de olvidarme del todo ese olor, es tan peculiar que no le gusta repetirse. Afortunadamente, el olor de verano vuelve cada año. Basta con una cosquilla en la nariz para que cambie un día entero. Es un aroma penetrante a aire tibio y vida nueva, tan nueva como la de estas calles. Y si es por vida nueva, tendría que hablar del olor a Caballito, que no huele como todos los barrios. Es distinto porque huele a libertad. Es diferente porque huele a mío.
Las personas también tienen su olor, y cuando este nos encuentra desprevenidos nos trae el cuerpo y el alma de alguien. El alma bailotea en ese viento perfumado.Hay algunos olores que no se olvidan nunca. Algunos de ellos, los que solian rebelarte la sangre, lo siguen haciendo en cada ocasión. Te toman por sorpresa, te vuelven un perro rabioso y herido. Te mordes los labios, la punta de tu lengua te empuja a relamarte, pero ya no estan. A veces son un anticipo, otras el eco interminable de una despedida.
Pero en fin, la memoria puede recordar con todos los sentidos. No es solo una foto, una voz, un roce, el fuerte sabor que te hace agua la boca o te angustia y te arrebata.Tambien tiene esos olores. El subte tiene el olor de una nena, muy chiquita, asustada en un mundo que aún no le pertenecia. Será por eso que extraño tanto los viejos coches de madera. Será que siento que mi esencia de mujer no va a quedar en las puertas nuevas, las luces, los asientos color verde. Será que en esos coches destartalados llegó la noticia de que la llave de todas las puertas habia llegado. Será que siempre fueron el paso previo a casa, fuera cual fuera esa casa. Será que todo cambia y también cambio yo,

martes, 5 de marzo de 2013



 Latinoamérica es una colcha de retazos de colores, un conjunto infinito de jardines perdidos, de gente que sueña sueños y sueños que sueñan gente. Latinoamérica es una tragicomedia de siglos que avanza de a pasos que parecen cortos, pero cada paso deja huellas más profundas. El continente, cuando late, convierte en barro el cemento. 
Latinoamérica huele a vida y a miedo, ese miedo que le han dejado tatuado en las sienes, ese miedo que cada tanto la hace frenar de golpe en su carrera hacia un futuro, ese futuro que tanto amenaza a los que creen ser capaces de detener el tiempo. Latinoamérica también huele a amor, a su gente (sus fueguitos, si se me permite citar a un maestro), a candombes y chacareras, a eternos carnavales. Y sin embargo han aprendido a odiarse tanto entre hermanos porque los han convencido de que el mundo es rubio y europeo. En Argentina, el que en otro país es un triste sudaca, pisotea la dignidad del "bolita", del "paragua", sin pensar que su pie presiona su propio rostro. Pero a pesar de eso, siempre hay quienes entienden esa verdad, la verdad más pura: que Latinoamérica es un atropello de abrazos. Y es por esto que, por sobre todas las cosas, Latinoamérica huele a esperanza.
A Latinoamérica la cantaba Violeta , la escribía Rodolfo, la sigue escribiendo Eduardo. Los comandantes pasan y las revoluciones quedan, aunque más no sea aferrándose con uñas y dientes a la utopía. La certeza de que hay otro mundo posible aquí no se olvida, porque esta tierra fué expulsada del mundo de los menos, de los titiriteros de una realidad mezquina, realidad basura, realidad infierno.
A Latinoamérica le enseñaron que debía ser ciega, sorda y muda. Le enseñaron que su lugar era abajo, y por abajo no entendemos el sur. Por abajo entendemos la mugre y los restos. Pero dejenme decirles, amos y señores de la humanidad entera, que en el suelo hay raíces, hay semillas. Les recuerdo que bajo sus baldosas crecen flores y lo que creen pisar es suelo fértil, tan fertil, que son ustedes los que tienen miedo. Ustedes, que son ni más ni menos que los seres despojados de toda luz que inventaron el terror, que sembraron nuestro suelo de muertos, de madres sin hijos, de hijos sin padres, de ilusiones rotas. ¡Miren!¡Pero miren bien! Los hijos siguen vivos en sus madres, los padres siguen vivos en sus hijos, la sangre en Latinoamérica no mancha el pavimento así nomás. La sangre late con furia, revienta las venas, es la memoria permanente de que hubo vida en el encierro. 
Latinoamérica tuvo hombres y mujeres que no se conformaron con lo posible. Se sabe tanto pero tanto de lo posible...¿Y de lo imposible, qué decimos? ¿Qué hacemos con lo imposible? Esos hombres y mujeres se nos fueron yendo, pero  abrieron laberintos en la tierra. Por esos laberintos nos movemos, recorremos recovecos, nos levantamos porque duelen las rodillas. Sabemos que ya no pueden dormir Nuestros sueños son sus pesadillas.



















http://www.clarin.com/mundo/Hugo_Chavez-Nicolas_Maduro-Maduro-discurso-ultimo_discurso-muerte_3_877142316.html

martes, 3 de enero de 2012

Rebajas de enero

Cuando nada parezca ser como debería ser, recuerde dar unos pasos en la arena. Porque la arena no construye solamente castillos en el suelo, sino que bien puede edificarlos en el aire. Porque no sólo nos permite dejar huellas, sino examinar las huellas que nos han dejado marcadas (en la piel, en los huesos, en la sangre). Camine despacio, no se apure, arrastre un poco los pies. Deje que la arena se desparrame entre sus dedos, que lo recorra, que le impida avanzar. Así caminando se pasan los minutos y las horas. De repente, como una ráfaga de viento, va a sentir el golpe seco en la frente: la solución. O por lo menos, la manera de alcanzarla. Así de pronto todo encaja, los como, los por qué, las preguntas, las respuestas. Todo, todo se entiende. Se definen el amor y el desamor. Los pies se alejan del mar, cada vez más ligeros, cada vez más confiados. Y todo porque dimos unos pasos en la arena, solo unos pasos, solo unos instantes. Te amo (sí, te amo). Te odio (tan lejano). Dame más (siempre).

sábado, 10 de septiembre de 2011

El equilibrio del mundo

Ante todo debo aclarar que siempre fui una desequilibrada. Sí, puede que por momentos, en los puntos más álgidos de mi corta existencia, me viera tentada a decir “Mira como me mantengo en un solo pié”. Pero el temblor está ahí siempre (despiertamente cuando pase). Y mi locura, mi hermosa locura, la sabia respuesta a toda esperanza, me rescata de mil miserias y de mil cristales rotos, de vez en cuando y de cuando en vez. El caso es que no sé distinguir lo complicado de lo simple, y por eso a veces naufrago en charquitos de agua turbia, y me siento pequeña, muy pequeña. Y respiro hondo, y salgo a la superficie, y me veo tan grande como soy capaz de ser. Pero bueno, estábamos hablando del equilibrio, ¿no?

Equidad, equitativo, equino, equinoccio. Ganas repentinas de componer trabalenguas cuando tu lengua se enreda con la mía, tan cómplices como si hubieran nacido una pegada a la otra, bien mudas porque al hablar es cuando uno intenta disfrazar de razón cuestiones que no le pertenecen. Y bueno, precisamente hablábamos de equilibrio, y yo siempre fui una equilibrista de cuello roto. Entonces no me pareció mal, ni riesgoso, ni difícil, jugar a la trapecista aferrándome de tus rulos y colgando del hilo ténue de tu respiración en las noches. Y claro, ¿qué podía ocurrir? Una y otra vez hice piruetas en tu boca porque, después de todo, había una red bajo mis pies (ingenua de mí). Besas los moretones de golpes adquiridos en trapecios tan lejanos que dan vértigo cuando se mira hacia atrás, y yo no sé qué hacer con tanto amor en las venas. Venas por las que sólo corría el humo, el vino triste y el silencio de las noches de acrobacias sin dormir, tonta de mí, creyendo que eso era estar despierta. Pero todo arde si le aplicas la chispa adecuada, y yo resulté ser de plástico inflamable, un papel abandonado a la luz de una vela, y una vida entera enloqueciéndome. Entonces me derrito cuando invadis mi cuerpo, y la soga tiembla y compruebo con horror que la red no existe, que a mis pies sólo hay abismo, que nadie se salva de perder hasta los huesos cuando la vida te da revancha .Y acá estoy yo, loca trapecista, herida y trastocada, bebida y trastornada, y escucho mis latidos desbocados y miedosos. Pero, bueno, estaba hablando de equilibrio, ¿verdad?

Si de equilibrio se trata, diría que para mí es una noción desconocida, una utopía, un pozo ciego, un bosque a oscuras, desconocido, inabarcable. Diría que no existe otra cuerda más que la floja, que suele romperse al instante, dejándote sólo, pendiendo de un hilo. Diría que hay partes de mí que me eran desconocidas hasta que que caí en la arena de este circo desquiciado; que me comen los leones, que no hacen reír los payasos, que el temblor no pasa (y por eso no me despiertan), que la que hace malabares soy yo, siempre yo, sólo yo. Diría tantas cosas pero prefiero callarme y no despertarte. ¿Para qué? Si todo eso que diría ya no lo digo, no sucede, si ya salí del circo, si la vida es otra cosa. El equilibrio del mundo depende de cada pavada…Mi equilibrio depende de que soñemos en la misma almohada, mis demonios y yo, tu viento (ese que me arrancó de pié) y vos.

lunes, 1 de agosto de 2011

Bongiorno, principesa

Me gustan los picodulce, en cantidades industriales. Algunos días de enero me encienden más que otros. No soy yo cuando es invierno, soy una sombra amarga de mi propio ser. Se me escapan las mitades de muchas de mis ideas cuando me despìerto. Sueño cosas raras, cosas lindas, sueño cosas. Le tengo miedo a caer en paracaídas por las cosas más hermosas de la vida (pero lo hago igual). Escribo para entender. Escribo para seguir. Escribo para lavar las heridas y para fijar las sonrisas en los extremos de mi memoria.

Intenta arreglarme: lo intenta de veras, le pone el corazón, remienda, cose, martilla, lija, me cubre despacio con el barniz. Da besos en todos los sitios dañados. Le sonríe a mis ruinas. Le sonríe a mis ruinas y yo…Yo no sé sonreírle, no sé mimarlo, no sé cuidarlo, no sé contenerlo, no sé como hacer que se quede. Amarlo sí sé. Eso lo aprendí tan rápido que me da vértigo.

¡Puta yo, y todos mis mambos! ¡Puto el dolor, puta la vida, re puta la suerte! ¡Y bien malparido sea el amor, que tiene demasiado filo para dormir en los colchones (e igual lo hace, y sangra, y duele)! Ahora es cuando viene el genio de la lámpara y me dice: “Tenés tres deseos”. Yo pido que toda esa magia se vuelque en uno, y enmudezco. Él, sonriendo socarronamente, me pregunta: “¿Y qué es lo que desea señorita?”. Y yo, luego de minutos prolongados, formulando y reformulando, mirando el suelo, temblando, contesto: “Sentir”.

Me gusta tu sonrisa de nene travieso. Me gusta estirarte los rulos uno por uno. Te miro dormir (shhh, no le digas a nadie). Y mientras tu mente divaga por rincones a los que no soy capaz de llegar, me aferro a tu cuerpo porque tu alma no la toco, no la siento, y por un rato sos mío, y sonrío, y me duermo. Es ahí, en tu cama, con tu aliento en el aire, el único lugar donde la soledad tiene miedo de venir a buscarme. Quisiera que me vieras cuando duermo junto a vos: se me nota la paz entre los dientes.

lunes, 11 de julio de 2011

Luna de Valencia

Perdón. Parece que la gringa tenía corazón, y lo noto aquella vez que su abuelo así la llamo. Y pidió perdón, no entiende, hasta el día de hoy, porque la culpa se la apoderó. Creyó haberla matado, y se equivoco. Parece ser que la muy turra espera escondida detrás del fleco de algún pañuelo, para atacarla sin asco y sin miedo. Y pidió perdón, perdón por tener corazón. Miles de silencios la acobardaron en algún momento, y ahora que palabras tenia y miradas recibía, la culpa la perseguía. Parece ser que la gringa también se dio cuenta de que era mujer, que podía hacer cosas como llorar, coser y cantar. Y depender, sobre todo se dio cuenta de que podía depender. Y no le gusto, y pidió perdón. Que rara forma de querer salir de ese cuento maligno, atosigada por la culpa y arrodillada implorando perdón, que no se moleste el señor.

Su mente retorcida creaba personajes innecesarios, no podía distinguir entre lo pasado y pisado y lo realmente enquistado. No podía pensar bien sobre las metas que tenia, no podía ir mas allá de la agonía, y ese miedo la mataba. No quería la gringa terminar llorando en la cama.

Tenía un par de idolas que hablaban de lo inevitable, del café y del fútbol imposible de entender, y ahí cayo en la cuenta de que podía llegar a dar lo mismo estar o no estar. Y eso la acobardo. No se permitía llorar, no se permitía no facilitar las cosas, y eso la ataba, la ataba a una racionalidad de la que ella escapaba, había cosas que no se podían explicar, el amar, el extrañar, el querer y necesitar, cosas tan ajenas para ella, ahora las tenia. Las tenía bien adentro, pinchándola, molestándola, haciéndola sangrar, y parece ser que las tenía que racionalizar, 2 dedos de frente tenían y no podía aparentar, o eso le decían.

Estaba enojada, y eso no le gustaba. No sabía bien a quién culpar ahora, si a ella, o a él. No sabía bien si debía comenzar a culpar, o tenia que simplemente dedicarse a llorar. No sabía si quería hacerlo, si deseaba hacerlo o simplemente si lo necesitaba. Sólo sabía que lo quería, que lo extrañaba, que lo necesitaba, y parecía sentir entonces que nada de eso hacía falta. Con entender bastaba, y con eso pretendían conformarla-

Pobre gringa ofuscada, su pelo enmarañaba, los nervios la consumían, las lágrimas la perseguían, pero entendía, claro que entendía, simplemente no quería acostumbrarse, no podía con las miles de contradicciones que la atacaban cuando menos lo necesitaba. Y así estaba, la pobre gringa odiándose así misma por no ser un objetito tan racional como se pretendía.

viernes, 24 de junio de 2011

Mientras cruza sin mirar las avenidas


Esa sensación que resulta de la mezcla más extraña que concibe al amor. Esa locura de atar y no soltar, de atrapar, de encajar. De encajar a la perfección al punto de no poder disipar.

Se sentía atrapada en la mezcla más dulce en la que jamás había navegado. La que andaba en el medio de la mar tenía un pez compañero, que no la soltaba, que no la largaba, y le gustaba.

Quiso escribir las cosas más sucias, y no le salió, quiso tener los pensamientos más impuros, y su mente le falló, quiso odiarlo hasta el cansancio, y su corazón le ganó. Pensar en sus manos agarrándola le producía un escalofrío escalofriante, mezcla inmadura de venganza y placer, de amor y poder, de odio y ver sangre correr. Había esperado esa caricia años luz pasar, su tiempo no tenía tiempo, no tenia lugar, no tenía cuadrado en el cual encajar. Su personaje se la había devorado por completo, al punto de pensar ya que nada la podía salvar. Se sabía muy bien así como estaba, solita, en el medio de la mar, sin nadie más que la acompañara. Se sentía muy bien así como estaba, poderosa, perceptiva, elegía y deshacía, sabia que podía. A nadie engañaba, más que a ella y su alma. Se creía la reina de la bailanta, y le encantaba. Nadie mejor que ella para adueñarse de un cuerpo desconocido, desnudo, mutilado, apabullado. Ella podía, todo podía, nadie la paraba, nadie le importaba. Y nadie la cuidaba. Solita en el medio de la mar siempre andaba.

Pero esa locura de atar y no soltar, de atrapar, de encajar; de encajar a la perfección al punto de no poder disipar, le encantaba. Había llegado para atraparla, para hacerla pedacitos, para derribarla y matarla. Le mostró los mil y un caminos que no conocía, le mostró que podía gritar, que podía correr, que podía cantar y bailar mejor de lo que pensaba. Le mostró que había un reino más allá de lo que sus ojos alcanzaban a vislumbrar. Le mostró que podía ser amada. Le mostró que nadie podía golpearla, incluso le enseñó que era más fuerte de lo que creía y que nada la lastimaba. O cambiémosle el sentido a la cuestión, le mostró que podía lastimar, que tenía en sus manos el poder de hacerle mal, de achicarlo a él hasta el hartazgo, de convertirlo en la cristalización de la vulnerabilidad. Le mostró que era más poderosa de lo que su personaje se había imaginado. Y lo mató. Con su simple sonrisa lo mató. Se adueño de ese cuerpo desbordante, se adueño de ese pelo encandilante, se adueño de esos ojos deseados y nunca aprovechados. Supo ver más allá de lo que alguien vio. Supo gritarle al oído hasta hacerle entender lo que era un grito. Supo rozarla con la muerte de verdad, y no matarla. Y no asustarla. Supo apretarla contra su pecho y no ahogarla. Supo cuidarla. Supo darle de beber hasta el hartazgo y no quebrarla. Supo drogarla. Supo entenderla cuando no lloraba. Y amarla cuando callaba. Supo leer su silencio mejor que su propio miedo. Supo entender sus manos sin siquiera besarlas, supo conocer su cuerpo, su espectro, su amo. Supo ganar, supo batallar contra lo mas firme que había creado. Y ganó. Ganó como nadie había ganado. Mató a su yo malvado, se llevo la luz, con premios y aplausos. Todos lo aplauden por haber descubierto lo que tantos creían muerto. Supo merecer el cambio, el derrumbe, el desasosiego. Supo mejor que tantos como llevarla a lo más bello del engaño, y sin traerlo. Metafórico engaño innecesario, pero pegaba bonito, y lo metimos. Es que no encuentra palabras para plasmar todo lo que supo, ni entiende cómo lo supo. Tan sólo su magia se adueño de esa nada que sin sentido habíamos enterrado, se adueñó, la encontró, la desenterró y la hizo brillar. Ahora ella anda con su sonrisa, esa que nadie veía, y él encontró. Esa que todos creíamos inactiva, esa sonrisa que tanto asco nos daba, y que es hermosa sentirla. Ahora sus manos no se pueden soltar, siente algún que otro miedo al pasar, innecesario, quizá, pero ese miedo la hace sentir más fuerte, y no la quiere dejar. Y en el fondo sabe que es de ella para siempre. Sólo que ahora tiene un compañero más. La que andaba sola en el medio de la mar, tiene ya con quien jugar. Su soledad encontró quién encaje entre sus dedos, entre sus ideas no concebidas, entre sus pensamientos más perversos, ese hermoso karma que parecía perseguirla se convirtió en lo mas bello hasta el momento. Sus brazos se entrelazan con cada movimiento, y no quiere, no puede, no desea soltarlo. Quiere atarlo, quiere sentirlo en cada momento. Hay algo nuevo que persigue a su cuerpo, ese que tanto deseaban y que tanto se escondía para con el poder producir placer, tiene compañero. Y esa cabeza que tanto la martirizaba y le enseñaba cosas insanas, tiene donde apoyar sus ideas y descansar en paz, sabe que por más velocidad que haya, nada le va a pasar. Su brazo siempre la va a atajar, a abrazar, a cuidar hasta el cansancio, a disfrutar sin nada a cambio, a derretir sin pedir permiso, a soportarla, a embadurnarla de eso que sabe que tiene, y no puede, no puede soltarlo. Deseosa de sus poderes mágicos, tan sólo se limita a mirarlo, a disfrutarlo, a escucharlo. A amarlo en cada parte, en cada momento, en todo lugar y tiempo. Se sabe al fin segura, en eso que tanto la asustaba. Y será que su miedo al fin se fugó, para dejarla descansar en paz en esos brazos que tanto la aman.

23-6-2011