lunes, 22 de noviembre de 2010

Y unas sábanas chorreando le da por pintar

Orgullosa de haber sido una yegua sin freno, desgastada de andar por el suelo. Pobre suelo, cuanto se lo desmerece sin pensar que es el paso previo a tomar envión y llegar a las nubes. Y en las nubes te perdés y flotas y sin darte cuenta te despertás en el vagón de tren, y ya llega tu estación, y ya hay que bajar porque así son los viajes. Como habrá sido tu viaje, pseudo muñeca de trapo rota, que acá estas con la una sonrisa que se esconde tras el vaso. Vos siempre sonreís de un modo u otro. Y cuando toca llorar, muy pocas veces, es un llanto imperceptible, y lo ahogas en la almohada con un blues de fondo. Y ese corazón es de piedra tantas noches, y tantas otras es de mimbre y se dobla antes que partirse porque, claro está, partirse no es una opción, nunca lo fue. Sos un soldadito de plomo, una pequeña gran gigante, y que más da pisar en falso alguna vez.
Aprendiste como pocas que la piel no se compra, ni se vende, ni se puede encarcelar y cuando pide, pide, y no hay más vuelta que darle. También aprendiste que no hay más compás que seguir que el del propio instinto, que no suele equivocarse. Y que no hay cadenas que te aten cuando salís a la calle irradiando tu luz, y que la felicidad es una elección, y que arrepentirse es un gasto de energía que no podes permitirte. Y que los cuentos de hadas duran un suspiro y acá estas vos princesa, veinticinco mil suspiros después, masticando las paredes de azúcar del laberinto. Te olvidaste de que sabías llorar y soltaste carcajadas a la realidad absurda, al viento que te arrancó de pie, al ardor incandescente entre tus huesos, al chocar contra lo que ya no es. Bien dice el tango que primero hay que saber sufrir, después amar, después partir y al fin andar sin pensamiento. ¿Qué culpa tiene de que hayas aprendido al revés?
Sabes que no sabes escribir, sino que te quitas la armadura. Sangras tinta y eso te queda bien. Con una hoja en blanco basta para irse en sangre azulada, negra o del color que sea. Cuando termina quedas seca como polvo de ladrillo y así seguis andando por el suelo una vez más, yegua sin freno, instinto asesino que arrasa con todo, incluso consigo misma. Todas las noches (y esto solo vos lo sabés) te morís y de madrugada renacés, y vas dejando de amar porque ya no hay más remedio. No tiene nada de malo, chiquita, para nada. Pasar por la vida sin un rasguño no tiene gracia mujer. Agradecé las cicatrices, hasta las más profundas, porque te tatuan la piel y se llenan de color en noches como hoy, cuando estas hecha pedazos pero, palabra a palabra, te vas rearmando, reacomodando, más rápido que antes, más rápido que nunca. Porque ser cobarde no vale la pena, y si algo te sobra es coraje y ya esa voz no tiene nada que decirle a tus oídos. Vasos y besos, y a otra cosa y no, no te sorprendas. El mundo se te acaba de caer y ya estas bailando. Cinco minutos fueron necesarios. Te suelto la mano: ya sabes andar sola.