viernes, 24 de junio de 2011

Mientras cruza sin mirar las avenidas


Esa sensación que resulta de la mezcla más extraña que concibe al amor. Esa locura de atar y no soltar, de atrapar, de encajar. De encajar a la perfección al punto de no poder disipar.

Se sentía atrapada en la mezcla más dulce en la que jamás había navegado. La que andaba en el medio de la mar tenía un pez compañero, que no la soltaba, que no la largaba, y le gustaba.

Quiso escribir las cosas más sucias, y no le salió, quiso tener los pensamientos más impuros, y su mente le falló, quiso odiarlo hasta el cansancio, y su corazón le ganó. Pensar en sus manos agarrándola le producía un escalofrío escalofriante, mezcla inmadura de venganza y placer, de amor y poder, de odio y ver sangre correr. Había esperado esa caricia años luz pasar, su tiempo no tenía tiempo, no tenia lugar, no tenía cuadrado en el cual encajar. Su personaje se la había devorado por completo, al punto de pensar ya que nada la podía salvar. Se sabía muy bien así como estaba, solita, en el medio de la mar, sin nadie más que la acompañara. Se sentía muy bien así como estaba, poderosa, perceptiva, elegía y deshacía, sabia que podía. A nadie engañaba, más que a ella y su alma. Se creía la reina de la bailanta, y le encantaba. Nadie mejor que ella para adueñarse de un cuerpo desconocido, desnudo, mutilado, apabullado. Ella podía, todo podía, nadie la paraba, nadie le importaba. Y nadie la cuidaba. Solita en el medio de la mar siempre andaba.

Pero esa locura de atar y no soltar, de atrapar, de encajar; de encajar a la perfección al punto de no poder disipar, le encantaba. Había llegado para atraparla, para hacerla pedacitos, para derribarla y matarla. Le mostró los mil y un caminos que no conocía, le mostró que podía gritar, que podía correr, que podía cantar y bailar mejor de lo que pensaba. Le mostró que había un reino más allá de lo que sus ojos alcanzaban a vislumbrar. Le mostró que podía ser amada. Le mostró que nadie podía golpearla, incluso le enseñó que era más fuerte de lo que creía y que nada la lastimaba. O cambiémosle el sentido a la cuestión, le mostró que podía lastimar, que tenía en sus manos el poder de hacerle mal, de achicarlo a él hasta el hartazgo, de convertirlo en la cristalización de la vulnerabilidad. Le mostró que era más poderosa de lo que su personaje se había imaginado. Y lo mató. Con su simple sonrisa lo mató. Se adueño de ese cuerpo desbordante, se adueño de ese pelo encandilante, se adueño de esos ojos deseados y nunca aprovechados. Supo ver más allá de lo que alguien vio. Supo gritarle al oído hasta hacerle entender lo que era un grito. Supo rozarla con la muerte de verdad, y no matarla. Y no asustarla. Supo apretarla contra su pecho y no ahogarla. Supo cuidarla. Supo darle de beber hasta el hartazgo y no quebrarla. Supo drogarla. Supo entenderla cuando no lloraba. Y amarla cuando callaba. Supo leer su silencio mejor que su propio miedo. Supo entender sus manos sin siquiera besarlas, supo conocer su cuerpo, su espectro, su amo. Supo ganar, supo batallar contra lo mas firme que había creado. Y ganó. Ganó como nadie había ganado. Mató a su yo malvado, se llevo la luz, con premios y aplausos. Todos lo aplauden por haber descubierto lo que tantos creían muerto. Supo merecer el cambio, el derrumbe, el desasosiego. Supo mejor que tantos como llevarla a lo más bello del engaño, y sin traerlo. Metafórico engaño innecesario, pero pegaba bonito, y lo metimos. Es que no encuentra palabras para plasmar todo lo que supo, ni entiende cómo lo supo. Tan sólo su magia se adueño de esa nada que sin sentido habíamos enterrado, se adueñó, la encontró, la desenterró y la hizo brillar. Ahora ella anda con su sonrisa, esa que nadie veía, y él encontró. Esa que todos creíamos inactiva, esa sonrisa que tanto asco nos daba, y que es hermosa sentirla. Ahora sus manos no se pueden soltar, siente algún que otro miedo al pasar, innecesario, quizá, pero ese miedo la hace sentir más fuerte, y no la quiere dejar. Y en el fondo sabe que es de ella para siempre. Sólo que ahora tiene un compañero más. La que andaba sola en el medio de la mar, tiene ya con quien jugar. Su soledad encontró quién encaje entre sus dedos, entre sus ideas no concebidas, entre sus pensamientos más perversos, ese hermoso karma que parecía perseguirla se convirtió en lo mas bello hasta el momento. Sus brazos se entrelazan con cada movimiento, y no quiere, no puede, no desea soltarlo. Quiere atarlo, quiere sentirlo en cada momento. Hay algo nuevo que persigue a su cuerpo, ese que tanto deseaban y que tanto se escondía para con el poder producir placer, tiene compañero. Y esa cabeza que tanto la martirizaba y le enseñaba cosas insanas, tiene donde apoyar sus ideas y descansar en paz, sabe que por más velocidad que haya, nada le va a pasar. Su brazo siempre la va a atajar, a abrazar, a cuidar hasta el cansancio, a disfrutar sin nada a cambio, a derretir sin pedir permiso, a soportarla, a embadurnarla de eso que sabe que tiene, y no puede, no puede soltarlo. Deseosa de sus poderes mágicos, tan sólo se limita a mirarlo, a disfrutarlo, a escucharlo. A amarlo en cada parte, en cada momento, en todo lugar y tiempo. Se sabe al fin segura, en eso que tanto la asustaba. Y será que su miedo al fin se fugó, para dejarla descansar en paz en esos brazos que tanto la aman.

23-6-2011

lunes, 20 de junio de 2011

Rapiñaba montada a los container...

Y después de ti lunas y lunares
la vuelta al calcetín, las sábanas impares,
la baba de las putas sin pedigri,
la cicuta de los bares.

Pulgarcita no está acostumbrada a que la amen. Es más, no sabe de qué se trata. Sabe de las caricias de mamá, de los abrazos de papá, lo incondicional de los amigos, esas formas de amor que se derraman por la vida como la mejor miel. Pero que la amen esos seres que despiertan instintos y provocan dolor de barriga, no, no sabe lo que es. Sabe bien cómo se siente que la hieran, que le mientan, o que le den placer (del bueno y del cruel). Pero ¿amor? Desconoce la palabra y todos los significados que se le encadenan en torno a un cuerpo varonil. Será por eso que las caricias la estremecen, que cuando duerme con alguien no sabe bien con quien duerme, que la desconcierta el calor y, por un rato, la cama se le vuelve helada en la conciencia. Es que ser feliz es una elección, chiquitita, y la tomás todos los días pero a veces te paraliza. Y ahí se da vuelta Pulgarcita, y se duerme, y desconecta sus neuronas del ambiente.

De pronto despierta en un mar de roces y saliva, se electrifica, el aire se vuelve denso, embriagador, sutilmente encantador. Su vocecita de niña adormilada suelta un “Buen día” cómplice y divertido, mientras se muerde lentamente el labio inferior, cierra los ojos y se deja secuestrar, violentar, excitar. Lame sus heridas tan despacio que le hace cosquillas. Al principio, cuando no la veía, escondía un par de lágrimas tras los párpados. Hoy ya no. Respira cada vez más rápida y entrecortadamente, rasguña y muerde, se aferra, susurra alguna que otra cosa y un beso la acalla de pronto. Otro más, y otro. Hace frío afuera y Pulgarcita no quiere salir. Se ríe a carcajadas, y otra risa le responde. Alegría, armonía, y el olor de esa piel particular (cada día más particular que la anterior). Se le cae a pedazos la armadura, haciendo un sonoro ruido metálico que le sacude los sesos y le acelera el pulso. Miedo. Tanto miedo. Mucho miedo. Y de pronto un último suspiro, y el silencio, y los latidos, y un roce en el pelo.

Raro. No digo diferente, digo RARO. Pero la hace caminar a unos centímetros del piso, y logró que la estación ya no fuera tan sombría, y que las mismas calles lleven a otro lugar. Renovó su aire de pequeña suicida, de carricoche de miga de pan, de princesa y vagabunda. Nunca deja que un ángel haga un nido en su almohada, pero se acuerda tarde, y el anzuelo se le hunde en la boca. Está a un paso del abismo y tiene ruedas en los pies. No hay freno posible, y lo sabe. O lo hay, pero a coste de esa santa conexión inexplicable que intenta descifrar sin darse cuenta que, por ser indescifrable, resultó sorpresiva, y por ser sorpresiva logró invadirla. Y no, Pulgarcita no sabe qué es que la amen. Pero esto, sea lo que sea, encaja en su mundo y le cambia el color. Es su beso en la lluvia, su goce intenso, su fiebre nocturna, su sábana mojada, su comedia de situación, su eterna indecisión, su calor de invernadero. La kriptonita de este Superman.