sábado, 10 de septiembre de 2011

El equilibrio del mundo

Ante todo debo aclarar que siempre fui una desequilibrada. Sí, puede que por momentos, en los puntos más álgidos de mi corta existencia, me viera tentada a decir “Mira como me mantengo en un solo pié”. Pero el temblor está ahí siempre (despiertamente cuando pase). Y mi locura, mi hermosa locura, la sabia respuesta a toda esperanza, me rescata de mil miserias y de mil cristales rotos, de vez en cuando y de cuando en vez. El caso es que no sé distinguir lo complicado de lo simple, y por eso a veces naufrago en charquitos de agua turbia, y me siento pequeña, muy pequeña. Y respiro hondo, y salgo a la superficie, y me veo tan grande como soy capaz de ser. Pero bueno, estábamos hablando del equilibrio, ¿no?

Equidad, equitativo, equino, equinoccio. Ganas repentinas de componer trabalenguas cuando tu lengua se enreda con la mía, tan cómplices como si hubieran nacido una pegada a la otra, bien mudas porque al hablar es cuando uno intenta disfrazar de razón cuestiones que no le pertenecen. Y bueno, precisamente hablábamos de equilibrio, y yo siempre fui una equilibrista de cuello roto. Entonces no me pareció mal, ni riesgoso, ni difícil, jugar a la trapecista aferrándome de tus rulos y colgando del hilo ténue de tu respiración en las noches. Y claro, ¿qué podía ocurrir? Una y otra vez hice piruetas en tu boca porque, después de todo, había una red bajo mis pies (ingenua de mí). Besas los moretones de golpes adquiridos en trapecios tan lejanos que dan vértigo cuando se mira hacia atrás, y yo no sé qué hacer con tanto amor en las venas. Venas por las que sólo corría el humo, el vino triste y el silencio de las noches de acrobacias sin dormir, tonta de mí, creyendo que eso era estar despierta. Pero todo arde si le aplicas la chispa adecuada, y yo resulté ser de plástico inflamable, un papel abandonado a la luz de una vela, y una vida entera enloqueciéndome. Entonces me derrito cuando invadis mi cuerpo, y la soga tiembla y compruebo con horror que la red no existe, que a mis pies sólo hay abismo, que nadie se salva de perder hasta los huesos cuando la vida te da revancha .Y acá estoy yo, loca trapecista, herida y trastocada, bebida y trastornada, y escucho mis latidos desbocados y miedosos. Pero, bueno, estaba hablando de equilibrio, ¿verdad?

Si de equilibrio se trata, diría que para mí es una noción desconocida, una utopía, un pozo ciego, un bosque a oscuras, desconocido, inabarcable. Diría que no existe otra cuerda más que la floja, que suele romperse al instante, dejándote sólo, pendiendo de un hilo. Diría que hay partes de mí que me eran desconocidas hasta que que caí en la arena de este circo desquiciado; que me comen los leones, que no hacen reír los payasos, que el temblor no pasa (y por eso no me despiertan), que la que hace malabares soy yo, siempre yo, sólo yo. Diría tantas cosas pero prefiero callarme y no despertarte. ¿Para qué? Si todo eso que diría ya no lo digo, no sucede, si ya salí del circo, si la vida es otra cosa. El equilibrio del mundo depende de cada pavada…Mi equilibrio depende de que soñemos en la misma almohada, mis demonios y yo, tu viento (ese que me arrancó de pié) y vos.