lunes, 1 de agosto de 2011

Bongiorno, principesa

Me gustan los picodulce, en cantidades industriales. Algunos días de enero me encienden más que otros. No soy yo cuando es invierno, soy una sombra amarga de mi propio ser. Se me escapan las mitades de muchas de mis ideas cuando me despìerto. Sueño cosas raras, cosas lindas, sueño cosas. Le tengo miedo a caer en paracaídas por las cosas más hermosas de la vida (pero lo hago igual). Escribo para entender. Escribo para seguir. Escribo para lavar las heridas y para fijar las sonrisas en los extremos de mi memoria.

Intenta arreglarme: lo intenta de veras, le pone el corazón, remienda, cose, martilla, lija, me cubre despacio con el barniz. Da besos en todos los sitios dañados. Le sonríe a mis ruinas. Le sonríe a mis ruinas y yo…Yo no sé sonreírle, no sé mimarlo, no sé cuidarlo, no sé contenerlo, no sé como hacer que se quede. Amarlo sí sé. Eso lo aprendí tan rápido que me da vértigo.

¡Puta yo, y todos mis mambos! ¡Puto el dolor, puta la vida, re puta la suerte! ¡Y bien malparido sea el amor, que tiene demasiado filo para dormir en los colchones (e igual lo hace, y sangra, y duele)! Ahora es cuando viene el genio de la lámpara y me dice: “Tenés tres deseos”. Yo pido que toda esa magia se vuelque en uno, y enmudezco. Él, sonriendo socarronamente, me pregunta: “¿Y qué es lo que desea señorita?”. Y yo, luego de minutos prolongados, formulando y reformulando, mirando el suelo, temblando, contesto: “Sentir”.

Me gusta tu sonrisa de nene travieso. Me gusta estirarte los rulos uno por uno. Te miro dormir (shhh, no le digas a nadie). Y mientras tu mente divaga por rincones a los que no soy capaz de llegar, me aferro a tu cuerpo porque tu alma no la toco, no la siento, y por un rato sos mío, y sonrío, y me duermo. Es ahí, en tu cama, con tu aliento en el aire, el único lugar donde la soledad tiene miedo de venir a buscarme. Quisiera que me vieras cuando duermo junto a vos: se me nota la paz entre los dientes.