lunes, 11 de julio de 2011

Luna de Valencia

Perdón. Parece que la gringa tenía corazón, y lo noto aquella vez que su abuelo así la llamo. Y pidió perdón, no entiende, hasta el día de hoy, porque la culpa se la apoderó. Creyó haberla matado, y se equivoco. Parece ser que la muy turra espera escondida detrás del fleco de algún pañuelo, para atacarla sin asco y sin miedo. Y pidió perdón, perdón por tener corazón. Miles de silencios la acobardaron en algún momento, y ahora que palabras tenia y miradas recibía, la culpa la perseguía. Parece ser que la gringa también se dio cuenta de que era mujer, que podía hacer cosas como llorar, coser y cantar. Y depender, sobre todo se dio cuenta de que podía depender. Y no le gusto, y pidió perdón. Que rara forma de querer salir de ese cuento maligno, atosigada por la culpa y arrodillada implorando perdón, que no se moleste el señor.

Su mente retorcida creaba personajes innecesarios, no podía distinguir entre lo pasado y pisado y lo realmente enquistado. No podía pensar bien sobre las metas que tenia, no podía ir mas allá de la agonía, y ese miedo la mataba. No quería la gringa terminar llorando en la cama.

Tenía un par de idolas que hablaban de lo inevitable, del café y del fútbol imposible de entender, y ahí cayo en la cuenta de que podía llegar a dar lo mismo estar o no estar. Y eso la acobardo. No se permitía llorar, no se permitía no facilitar las cosas, y eso la ataba, la ataba a una racionalidad de la que ella escapaba, había cosas que no se podían explicar, el amar, el extrañar, el querer y necesitar, cosas tan ajenas para ella, ahora las tenia. Las tenía bien adentro, pinchándola, molestándola, haciéndola sangrar, y parece ser que las tenía que racionalizar, 2 dedos de frente tenían y no podía aparentar, o eso le decían.

Estaba enojada, y eso no le gustaba. No sabía bien a quién culpar ahora, si a ella, o a él. No sabía bien si debía comenzar a culpar, o tenia que simplemente dedicarse a llorar. No sabía si quería hacerlo, si deseaba hacerlo o simplemente si lo necesitaba. Sólo sabía que lo quería, que lo extrañaba, que lo necesitaba, y parecía sentir entonces que nada de eso hacía falta. Con entender bastaba, y con eso pretendían conformarla-

Pobre gringa ofuscada, su pelo enmarañaba, los nervios la consumían, las lágrimas la perseguían, pero entendía, claro que entendía, simplemente no quería acostumbrarse, no podía con las miles de contradicciones que la atacaban cuando menos lo necesitaba. Y así estaba, la pobre gringa odiándose así misma por no ser un objetito tan racional como se pretendía.