Dylan Thomas andaba solo en una multitud de amores. ¿Y yo? Yo ando sola en una especie de laberinto sordo de voces y risas, y llantos perdidos, y rostros sin nombre. Hay besos sin sesos y envases vacíos, los ecos de un mundo ido, una infancia con Nesquick y un estruendo de ladridos. Algún que otro tren que nunca llegó, y el amor por vos, enana de mi alma, que llenaste de trazos esta porción de mí, este papel enredado de suspiros e ilusiones, de esos ladrillos del mundo que son las palabras. Y sobre tus trazos playeros quedan ahora las huellas de miel de los amigos, el humo transpirado, los versos inconclusos, esa amistad caliente y mojada que rompe sus reglas sobre mil y un colchones. Por este laberinto también da vueltas como un trompo un corazón digno de romperse, sangrando profusamente sin pausa y sin prisa, con un ancho de espadas clavado en su palpitante carne contradiciendo y aniquilando todo lo que no puede evitar. Los celos enfermos, los miedos guardados, la palma de la mano sin futuro impreso y la certeza de haber amado como si una aguja penetrara hasta los huesos, apretando los dientes y sin pedir perdón. Pero aún hay más: un sol de enero, el instinto rebelde, indomable, liberado; vasos, rezos, cascos, motos, el vino dulce de la espera que me agotó (el no saber nada de vos). Y dueña de todo eso y más, en este laberinto, yo, tan yo, sólo yo; eternizada en un momento o en todos, niña y mujer, acción y pensamiento, tan viva, tan mi dueña, tan soñada y tan extraña, inexplicable e inmensamente FELIZ
domingo, 13 de marzo de 2011
Postcrucifixión
Dylan Thomas andaba solo en una multitud de amores. ¿Y yo? Yo ando sola en una especie de laberinto sordo de voces y risas, y llantos perdidos, y rostros sin nombre. Hay besos sin sesos y envases vacíos, los ecos de un mundo ido, una infancia con Nesquick y un estruendo de ladridos. Algún que otro tren que nunca llegó, y el amor por vos, enana de mi alma, que llenaste de trazos esta porción de mí, este papel enredado de suspiros e ilusiones, de esos ladrillos del mundo que son las palabras. Y sobre tus trazos playeros quedan ahora las huellas de miel de los amigos, el humo transpirado, los versos inconclusos, esa amistad caliente y mojada que rompe sus reglas sobre mil y un colchones. Por este laberinto también da vueltas como un trompo un corazón digno de romperse, sangrando profusamente sin pausa y sin prisa, con un ancho de espadas clavado en su palpitante carne contradiciendo y aniquilando todo lo que no puede evitar. Los celos enfermos, los miedos guardados, la palma de la mano sin futuro impreso y la certeza de haber amado como si una aguja penetrara hasta los huesos, apretando los dientes y sin pedir perdón. Pero aún hay más: un sol de enero, el instinto rebelde, indomable, liberado; vasos, rezos, cascos, motos, el vino dulce de la espera que me agotó (el no saber nada de vos). Y dueña de todo eso y más, en este laberinto, yo, tan yo, sólo yo; eternizada en un momento o en todos, niña y mujer, acción y pensamiento, tan viva, tan mi dueña, tan soñada y tan extraña, inexplicable e inmensamente FELIZ
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