lunes, 20 de junio de 2011

Rapiñaba montada a los container...

Y después de ti lunas y lunares
la vuelta al calcetín, las sábanas impares,
la baba de las putas sin pedigri,
la cicuta de los bares.

Pulgarcita no está acostumbrada a que la amen. Es más, no sabe de qué se trata. Sabe de las caricias de mamá, de los abrazos de papá, lo incondicional de los amigos, esas formas de amor que se derraman por la vida como la mejor miel. Pero que la amen esos seres que despiertan instintos y provocan dolor de barriga, no, no sabe lo que es. Sabe bien cómo se siente que la hieran, que le mientan, o que le den placer (del bueno y del cruel). Pero ¿amor? Desconoce la palabra y todos los significados que se le encadenan en torno a un cuerpo varonil. Será por eso que las caricias la estremecen, que cuando duerme con alguien no sabe bien con quien duerme, que la desconcierta el calor y, por un rato, la cama se le vuelve helada en la conciencia. Es que ser feliz es una elección, chiquitita, y la tomás todos los días pero a veces te paraliza. Y ahí se da vuelta Pulgarcita, y se duerme, y desconecta sus neuronas del ambiente.

De pronto despierta en un mar de roces y saliva, se electrifica, el aire se vuelve denso, embriagador, sutilmente encantador. Su vocecita de niña adormilada suelta un “Buen día” cómplice y divertido, mientras se muerde lentamente el labio inferior, cierra los ojos y se deja secuestrar, violentar, excitar. Lame sus heridas tan despacio que le hace cosquillas. Al principio, cuando no la veía, escondía un par de lágrimas tras los párpados. Hoy ya no. Respira cada vez más rápida y entrecortadamente, rasguña y muerde, se aferra, susurra alguna que otra cosa y un beso la acalla de pronto. Otro más, y otro. Hace frío afuera y Pulgarcita no quiere salir. Se ríe a carcajadas, y otra risa le responde. Alegría, armonía, y el olor de esa piel particular (cada día más particular que la anterior). Se le cae a pedazos la armadura, haciendo un sonoro ruido metálico que le sacude los sesos y le acelera el pulso. Miedo. Tanto miedo. Mucho miedo. Y de pronto un último suspiro, y el silencio, y los latidos, y un roce en el pelo.

Raro. No digo diferente, digo RARO. Pero la hace caminar a unos centímetros del piso, y logró que la estación ya no fuera tan sombría, y que las mismas calles lleven a otro lugar. Renovó su aire de pequeña suicida, de carricoche de miga de pan, de princesa y vagabunda. Nunca deja que un ángel haga un nido en su almohada, pero se acuerda tarde, y el anzuelo se le hunde en la boca. Está a un paso del abismo y tiene ruedas en los pies. No hay freno posible, y lo sabe. O lo hay, pero a coste de esa santa conexión inexplicable que intenta descifrar sin darse cuenta que, por ser indescifrable, resultó sorpresiva, y por ser sorpresiva logró invadirla. Y no, Pulgarcita no sabe qué es que la amen. Pero esto, sea lo que sea, encaja en su mundo y le cambia el color. Es su beso en la lluvia, su goce intenso, su fiebre nocturna, su sábana mojada, su comedia de situación, su eterna indecisión, su calor de invernadero. La kriptonita de este Superman.

No hay comentarios:

Publicar un comentario