viernes, 14 de mayo de 2010

Instrucciones para mirarse al espejo


Ante todo debe saber que lo que va a ver es imposible de precisar: los intrusos que lo esperan del otro lado de esa extraña pared son muchos y muy diferentes entre si. Le puede tocar el intruso dormilón, ojeroso y despeinado, al que le encanta molestar bien temprano por la mañana; o tal vez lo visite el intruso ansioso, que se muerde el labio todo el tiempo y lo mira fijamente a los ojos buscando una respuesta a lo que lo preocupa. Cada tanto seguramente reciba la grata visita del intruso radiante, bello, vanidoso, al que instantáneamente le sonreirá cuando lo despida antes de una fiesta.

Sea cual sea el intruso que le toque en suerte, puede que le haga perder la paciencia. Tienen la maldita costumbre de imitarlo en todo lo que hace. No solo eso, sino que además no manejan los mismos códigos que usted y yo: si les guiña el ojo izquierdo, guiñaran el derecho. Aman llevar la contra.

Con esta presentación seguramente debe pensar que es muy difícil lidiar con los habitantes del espejo, pero serénese. La clave está en el buen trato. Simplemente sonríales. Si, con eso alcanza. Sonríales aunque tenga un mal día, sonríales aún cuando vea lágrimas correr por sus mejillas, sonríales por más que intenten asustarlo apretando los dientes y crispando los puños (cuando se enojan son particularmente desagradables). Posiblemente se le haga costumbre y no pueda evitar saludarlos en donde sea que aparezcan: como usted sabe, suelen abandonar por un rato el espejo y pasearse por el agua, por las ventanas e incluso se echan despreocupadamente en ciertos utensilios de cocina. Tarde o temprano descubrirá los múltiples beneficios de tenerlos cerca: son expertos consejeros en cuanto a ropa, nadie mejor que ellos para hacerles notar lo que mejor les queda. Escuchan en silencio desde una lección de literatura hasta una canción, con actuación y cepillo a modo de micrófono incluido. Ríen a carcajadas si les hace muecas, y las devuelven con gusto para hacerlo reír.

Por supuesto habrá días en que no querrá verlos, o en que al mirarlos sienta que no le gustan, que preferiría no mirarlos, que rompería con gusto el cristal que es su hogar. Pero píenselo bien, vale la pena darles una oportunidad. Recuerde que va a pasar toda su vida con esos intrusos. Lo mejor es que se hagan buenos amigos.

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