lunes, 26 de julio de 2010

Mi rock sonaba fuerte. Sonaba claro, potente, con distorsión. Me sacudía de punta a punta. Tanto rock no podía ser verdad, pero ahí estaba marcando el compás y mi cielo ya no era mi cielo sino un más allá. Y yo bailaba mi rock, lo bailaba sin descanso, porque mis pies no se agotaban, la alegría era su motor. Mi rock era todo. Era arriba y abajo, derecha e izquierda, infierno y paraíso, luz y sombra, pero sobretodo era rock. Rock cadencioso, rítmico, de esos que rompen el silencio y revientan los parlantes. Yo era yo porque escuchaba mi rock, y mi rock era un orgasmo. Un orgasmo tan intenso que a veces sentía que iba a morirme, pero no, mi corazón seguía latiendo, y latía siguiendo el ritmo, y se aceleraba, y se enloquecía, y ya mi pecho le quedaba chico. Los latidos resonaban en mi cabeza, y de pronto…El ritmo se hacía más dulce, más suave, y era canción de cuna para mis oídos agotados. Con ese compás me dormía y nadie era más dichoso que yo, con ese rock de fondo. Mi rock era gloria embotellada. Mi rock era igual a mi alma enardecida. Abrazada a mi rock, nada podía lastimarme. Siempre fui un rompecabezas, pero mi rock me cantaba igual, le cantaba a todas mis piezas, de mil colores diferentes. Me saludaba con su melodía, me despertaba mejor que cualquier rayo de sol. Mi rock era un edén. Mi rock era lo más parecido a lo eterno. Mi rock se me escapaba de las manos y yo sentía que el día que se apagaran sus acordes ese corazón habituado a seguirlo se iba a detener. Me aferré a mi rock, abracé a mi rock, por momentos yo misma me sentía música. Pero un día dejó de sonar. Mi rock ya no estaba. Se había ido. Lo busqué debajo de la cama, en el armario, en los rincones de la casa. Revisé en todas partes pero ya no sonaba más. El silencio perforaba mis oídos. Mi rock se fue y no dijo chau. Y mis pies siguieron bailando. Y mi corazón siguió latiendo. Y me prohibí llorar (no podía bailar sobre el suelo mojado). Y todos mis sentidos bailaron otro compás. Amo a mi rock con todo lo que tengo. Lo amo con la piel y con los versos, lo amo con la carne y con la voz, lo amo con la sangre y con el alma. No sé hacer otra cosa que amar a mi rock. Pero mi rock ya no está, y yo soy bailarina. No puedo dejar de ser bailarina. Así que doy pasitos, un dos tres, un dos tres. Bailo. Bailo y todo tiene sentido. Bailo y el mundo sigue girando impulsado por mis pies. Y sigo amando a mi rock porque mi rock es mi cuerpo, y qué no daría porque vuelva a sonar, porque vuelva a acariciarme. Pero mi rock ya no existe. Y yo sólo existo si bailo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario