martes, 1 de junio de 2010

Do re mi fa


“Puta, efímera y utópica libertad” Con esa frase cerraba uno de sus derrames verbales mi amiga, la que anda sola en medio de la mar. No sé por qué la frase se quedó atascada en mi cerebro y eligió resurgir una tarde de frío cuando me puse a pensar en qué tanto de efímera, de utópica y de puta tenía la libertad, o “la hermana más hermosa”(que siempre tiene algo de puta), u “organizar una protesta violenta contra la vida lenta”, como cantaba Andrelo. Hacemos tantos esfuerzos por definirla y tan pocos por defenderla cuando, en realidad, es algo demasiado sublime como para sacarle una foto y decir “He aquí la libertad”. Pero vamos por partes. Puta, bien puta la libertad. Casi como la felicidad, la puta que nunca es justa “porque algunos nunca la tendrán”. Pero eso es una contradicción: las putas son accesibles. Son caras, es cierto, pero accesibles, No discriminan en absoluto. Entonces, si felicidad y libertad son las Victoria y Soledad que todos perseguimos, lo justo sería que fueramos a su encuentro con la billetera bien gorda. La libertad no es algo que te llueve, es algo que buscas y que encontrás el día que le pegas una patada a la cárcel, esa cárcel que uno mismo construye y dentro de la cual se instala cómodamente, tragándose la llave. Y tal vez es por eso que es tan efímera. Porque la libertad da miedo. Poder elegir implica que podes gozar o sufrir, nunca es algo neutro. Entonces resulta mucho más cómodo el abrigo de las cuatro paredes moldeadas en nuestra mente, de un yeso sólido compuesto de los mil y un “No puedo” que nos bailan en la cara y nos prometen comodidad, seguridad, la garantía de que hoy va a ser igual que ayer, y mañana igual que hoy, sin sorpresa, sin sobresaltos, sin una puta razón para sentirnos vivos. ¡Qué alegría! ¡Qué placer! ¡Qué engaño! Aceptémoslo aquí y ahora: la libertad es una puta encariñada, nosotros insistimos en que vuelva a deambular por las calles. Y así como viene se va, y nosotros nos damos cuenta de que estamos profundamente enamorados de ella cuando solo podemos verla a través de una luz tenue, del otro lado de nuestro muro, y su cuerpo que alguna vez fue nuestro se aleja. Con qué poco nos conformamos. Ahora bien, la libertad es utópica. Pero, ¿qué libertad? La libertad del hombre en general. Porque en este sistema no somos libres y por más que vengan uno por uno distintos autores a gritarlo en nuestra cara, vamos a seguir aferrándonos al consumo vicioso, porque en él crecimos, porque en él creemos, porque es nuestro Evangelio. En ese sentido es utópica, porque si la libertad individual es puta, la universal es un cafisho y ni siquiera se nos ocurriría meterlo en nuestra cama. Así de simple. Pero queda todavía para cada uno de nosotros la posibilidad de ser libre, aunque sea de a poco, de a ratitos. Y tu forma de libertad no es la misma que la mía, y ni siquiera la mía es la misma año tras año. Cuando era chica la libertad consistía en leer sin ser tildada de tragalibros: esa libertad, jamás la conseguí. Pero yo seguí masticando páginas porque sabía que a algún lado me iban a llevar, y hoy gran parte de mi libertad la tengo gracias a ellas. No hay mejor lima para esos barrotes que las palabras. De más grande, la libertad significó para mí rebeldía, decir NO por decir NO, apartarme de mis viejos, arrancarme a mordiscos el cordón umbilical. Hoy no vivo en una lucha constante contra ese par, porque la libertad para mí significa la armonía, compartir un mate y la tranquilidad de saber que por mucho que yo crezca, frente a ellos sigue estando la misma gordita de anteojos y flequillo que no se despegaba de su muñeco Trapito. Libertad para mí es esto que estoy haciendo, escupir mis ideas, plasmarlas, defenderlas, desparramarlas, que vuelen, corran, salten, griten, canten, bailen, pero que nunca, nunca se callen. La libertad tiene muchas formas, y reconocerla es un arte que se aprende con los años. Por eso da miedo, porque es difusa y a veces se presenta bajo un disfraz que nos cuesta reconocer. La muy turra se escondió detrás de mi absurdo prejuicio hacia esa palabra que tanto temí y esquive (si, la palabra con A) y casi se me escapa, casi, casi. Pero ahí estaba en esta nueva forma, y descubrí lo que es ser libre encadenado a lo que te hace feliz. Paradojas de esa puta que se hace querer, que es puro instinto y también pura alma. No sé que hará el resto, pero yo te amo libertad, y te saco de la calle, y de los besos sin amor, porque te mereces otra cosa. Porque todos merecemos otra cosa y porque ninguno es feliz en el encierro. Te hago mía, libertad: así, puta, utópica y efímera.

2 comentarios:

  1. primer momento emotivo: ver ahi mi frase que salio de un momento de mierda y encierro y de odio conmigo misma, y ahora esta aca. uau!!!!! y despues todo se desenvolvio entre piel de pollo y ganas de explotar mezcla de llanto mezcla de "felicidad", vamos a usar comillas jajaja. en fin amiga, me pongo de pie y te aplaudo =)

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  2. Realmente me encantó, y opino casi igual que vos (en un 90% digamos).
    Todos somos libres y vamos construyendo nuestra escencia a través de nuestras elecciones; vivimos eligiendo, no elegir también es una elección.
    Pero el "no elegir", el estar condicionado a una opresión ficticia o real es negar a lo más sagrado que tenemos: la libertad. Esto es lo que Sartre llama "mala conciencia".
    Si salimos de ella vamos a lograr esa tan deseada autonomía, esa subjetividad que nos permite elegir bien, no creernos cualquier mensaje y vivir una vida más armoniosa.
    Muy bien por escribirle a la libertad, yo también la amo, pero todavía no la alcancé en su plenitud.

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