martes, 22 de junio de 2010

El ser que no quiere ser

Y así, después de tanto tiempo, te devolví tu sombra. De pronto sentí frío en la estación y miré hacia atrás para verla alejarse, apresuradamente; corrió detrás de ti (y no la culpo, yo hubiera hecho lo mismo). El viento me cortajeaba los huesos de tan acostumbrada que estaba a su calor. No me había soltado desde el día en que me la regalaste y yo, sin pensarlo dos veces, dejé el alma en tus pies para que algo de mí también te siguiera. Tu sombra se fue pero mi alma no vuelve. Está todavía enredada en tus ojos, te grita, te sacude, te muerde…pero vos no la ves ni la oís. Yo la llamo todas las noches para que vuelva conmigo, pero alojada en tu pecho, en el exacto lugar que antes le correspondìa a mi cabeza, se siente mejor. Aunque sabe de sobra que ya no la querés ahí.

Tiré todo a la basura, todo menos tu vacío. Lo respiro cada vez que duermo en la misma cama donde alguna vez perdí mucho más que los miedos y gané más que libertad, mocosa entregada, descerebrada. El recuerdo se trepa por mis sábanas y me gruñe, me susurra tus mentiras edulcoradas, y ahora que las veo desnudas se me clavan como alfileres. Me duele un hombre en el cuerpo. Me duele en todos lados. Y ese recuerdo inmundo que no para de ladrar, y la pregunta que me insiste en la cabeza: ¿amigos PARA QUÉ? Todas las mañanas te entierro y todas las noches te resucito, sin llegar a matarte del todo, mientras que ese maldito recuerdo me mata de a poco a cada hora y a vos nada te conmueve. Envidio profundamente tu discapacidad emocional, el control de tu mente, esa paz casi sedante que lograbas contagiarme. Pero por sobre todas las cosas envidio que no me quieras, porque yo quisiera no quererte. Dichoso vos que sos el cazador.

Aprendí muchas cosas, y tal vez la mayor fue que la gente miente en mil y un lenguajes. Tu cuerpo entero miente, y el engaño es tan perfecto, tan exquisito, tan sublime, que la propia víctima pide por más. Así, cada madrugada te sangro con locura, y cuando despierto combato a la conciencia, cauterizo mis heridas quemándome, consumiéndome, volándome los sesos con lo que encuentro a mano, mezclando tu perfume con las huellas de tus manos cada vez que decido aniquilarme. Anoche me suicidé por octava vez y surgí de mis cenizas un poco más fuerte (siempre es así), todavía temblando sin tu sombra pero sintiendo que, de a poco, todo se desdibuja. Incluso este amor que mordió la banquina, incluso esos besos que siempre dicen que no, incluso todas las putas canciones que me taladran los oídos hablándome de vos. Qué poco rato dura la vida entera (y qué poco te conformó el túnel de mis piernas) y cómo me desintegra volver a ser mortal. Que puta, que utópica y que efímera resultó mi libertad de a dos después de todo. Y sigo muriédome con vos si te mato, y sigo matándome con vos si te morís. Ingenua, estúpida, insoportablemente viva, sabiendo que este adiós no maquilla un hasta luego y que este nunca no esconde un ojalá, y queriendo taparle la boca a Sabina para que no me torture más. Pero a pesar de todo esto, sé que estas palabras crudas, estas lágrimas de tinta que fluyen imitando las reales que manchan la mesa, son las últimas. O tal vez no. Pero pienso que lo sean. No conozco otra manera de empezar a cerrar la puerta. No conozco otra manera de dejarte ir, más que saborar con la punta de la lengua mi antigua libertad. Deliciosa como siempre, me invita a devorarla, y yo no digo que no. Será cuestión de tiempo: ella siempre hace pedazos la amargura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario